"No dudemos jamás de la capacidad de un grupo de ciudadanos insistentes y comprometidos para cambiar el mundo.
De hecho, así es como ha ocurrido siempre."
Margaret Mead

lunes, 6 de junio de 2016

VI Ciclomarató Catalana Internacional BPB 2016

La ruta

El perfil

Esta marcha ciclista se celebra los años pares. Se supone que consiste en ir desde Barcelona a Perpinyá y volver a Barcelona. El recorrido varía todos los años y, según me contaron, solo en el primero se llegó a Perpinyá. Sí que se llega siempre a Francia atravesando el pre-Pirineo por la parte de Girona y, al menos esta vez y la anterior de 2014, se hizo un control en Amélie-les-Bains. El recorrido total está homologado como una brevet de 600km, en esta ocasión fueron 610km que no es mucha diferencia, lo malo es que esos 10km de más los ponen al final y así sí que se notan.
Esta marcha está considerada como una de las de más desnivel acumulado, dentro de las marchas de este tipo, que se celebran en España. En esta ocasión la organización anunciaba 7.000m y la cota máxima a la que se subía era de 1.518 m.s.n.m. Puede parecer que no es una altura demasiado elevada pero hay que tener en cuenta que el punto de partida es 0, el nivel del mar. No sé de dónde saca la organización esa altura acumulada, supongo que se basa en el cálculo de Open Runner, la aplicación que utilizan para diseñar la ruta, aunque a todos los participantes que utilizamos Strava nos daba más. A mí 13.000m. a mi amigo Jordi 10.000m. Y he visto otros rondando los 8.000m. En cualquier caso hay muchas subidas, no demasiado empinadas pero sí de varios kilómetros con una pendiente constante del 6% ó el 7%.
Esperando a la salida

Despertando expectación

Tomamos la salida desde el velódromo de Horta 115 ciclistas, 108 de los cuales conseguiríamos terminar. Para evitar grupos grandes en la salida, la organización hace pasar a todos los ciclistas por un primer control en donde se sella y se pone la hora a cada uno en la cartilla de ruta y a partir de ese momento se puede empezar. El velódromo está situado al pie de una sierra, continuación hacia el norte de la montaña del Tibidabo. Hay que cruzar esa sierra pero antes la ruta baja hacia la ciudad atravesando la ronda de Dalt y por calles (y semáforos) vuelve a cruzar la misma ronda por la carretera de Cerdanyola. En este punto siempre encuentro a ciclistas que vienen de otro lado, deben ser randoneurs locales que se conocen un camino mejor y se ahorran, subidas, bajadas, cruces y semáforos. Se continúa por la carretera del cementerio de Collserola desde donde se puede ver casi toda Barcelona con las primeras luces del amanecer. Sin pretenderlo coincido con cuatro madrileños que participan en esta marcha, Susana y Andrés de Cicloworks, Andrey y Paredes. Coincidir es un decir, nos juntamos y separamos constantemente en función de los diferentes perfiles de velocidades entre sus bicis y la mía. Continuamos junto al río Besós hasta Vilanova en donde la ruta atraviesa la montaña para bajar al borde del mar en El Masnou.

La ruta discurre durante 35km por la carretera de costa junto a la vía del tren. Es un tramo totalmente llano en donde ruedo bastante deprisa. No obstante me alcanza una locomotora formada por los ciclistas de la Peña de Massamagrell. Van muy rápido (para lo que es una marcha de 600km) pero no me cuesta trabajo ponerme al rebufo junto a unas cuantas rémoras como yo que los valencianos han ido recogiendo por la carretera. Con tan magnifica compañía llegamos al primer control de Pineda de Mar, en el km 74 donde nos espera un desayuno bastante digno a base de sándwiches, fruta, galletas, frutos secos, etc.
Cuando salí del control solo quedaba yo, la gente anda todavía muy apretada y no quiere perder tiempo. La ruta se separa de la primera línea de mar hasta Tossa. A partir de ahí y hasta Sant Feliu se pasa por una de las zonas más bonitas de la costa. La carretera va bordeando los acantilados, subiendo a los cabos y  bajando hacia el interior para cruzar los ríos y arroyos que desembocan en el mar. Es un tramo duro de subidas y bajadas constantes pero que compensa con el paisaje. La pena es que estaba nublado y las vistas estaban algo apagadas aunque era de agradecer para pedalear una temperatura fresca sin el castigo del sol.

Abandonamos definitivamente el mar cuando llegamos al 3er control en Castell d'Aro km 128 donde encuentro comiendo a mis amigos madrileños. Salgo del control un poco después que ellos y aprieto para alcanzarlos y poder rodar un rato juntos. Van rápido y me cuesta un poco aunque todavía tengo que ir levantando el pie del acelerador para no gastar demasiadas fuerzas, todavía queda mucho camino. Vamos poco a poco ganando altura. El paisaje va cambiando, queda atrás el mar y lo que le rodea, urbanizaciones, carreteras por todos lados, rotondas, etc. Nos adentramos en el paisaje que dominaría todo el resto de la ruta hasta acercarnos a Barcelona, amable campiña con campos de cultivo y ganado, rodeados de árboles, con grandes extensiones de bosque mediterráneo en muy buen estado de conservación y todo salpicado de masías mejor o peor conservadas pero casi nunca horterizadas como ocurre en las edificaciones de otras zonas. Este tramo es el más largo de la ruta y a pesar de tener a favor la belleza del paisaje y la favorable climatología llegamos a Olot con ganas de descansar un rato. Allí, en el control 4, km 229, consigo antes de que se acaben una de las últimas raciones de macarrones, los que llegaron después se tuvieron que esperar a que trajeran más. Yo tuve que esperar a que trajeran más plátanos. En este control es donde vi por primera vez a Jordi que salió de Barcelona unos minutos antes que yo. Salía del control cuando yo entraba. También coincidí allí con David del club Pueblo Nuevo con quienes hice el viaje a París este verano para participar en la PBP.

A la salida de Olot me encontré con una pareja de ciclistas procedentes de Canarias que se acordaban de mi del brevet de 300km en Algete. Ellos tienen que viajar a la península para estas cosas porque allí no se practica ese tipo de ciclismo. Se trataba del canario Samuel y el holandés, residente en Canarias, Herman. Yo me adelantaba en los llanos y las bajadas y ellos me alcanzaban en las subidas coronando casi juntos. Desde Olot (440m) se sube casi ininterrumpidamente hasta el Coll d'Arles (1518m) durante unos 40km. En ningún momento hay repechos fuertes, creo que no se pasa del 6% ó el 7%, pero el esfuerzo es considerable teniendo en cuenta lo que íbamos llevando ya a las espaldas. A los pocos kilómetros empezó a tronar y enseguida a llover. La temperatura era buena y estábamos subiendo así que no nos pusimos ropa de agua, además la cosa tenía pinta de no ir a durar mucho como así fue aunque nos dio tiempo a empaparnos. Unos 6km antes de llegar al Coll empezó a llover, esta vez con más ganas. Ahora parecía que la cosa iba a durar más porque todo lo que nos rodeaba estaba totalmente cerrado, ya estábamos más altos y la temperatura había caído bastante lo que unido al viento nos dejó helados. Suerte que en ese momento pasáramos por una gasolinera que, aunque cerrada, nos dio la ocasión de protegernos mientras nos poníamos ropa. A mí me temblaba todo el cuerpo. Mientras tanto la tormenta arreció dejando paso al granizo. Tuvimos que esperar un rato a que amainara junto con otros ciclistas que venían detrás y se fueron refugiando en el mismo sitio. Por fin la lluvia fue bajando de intensidad y nos pudimos poner de nuevo en marcha. Yo seguía helado a pesar de ir subiendo. Estaba empapado y no conseguía sacarme el frío del cuerpo. Poco antes de llegar a la cima se retiraron las nubes y pudimos disfrutar de los últimos minutos de sol del día que además nos regalo con un soberbio arco iris. La bajada a la zona Francesa hasta Amélie-les-Bains donde estaba  el control 4, km 315, por un valle ya en sombras fue épica, la carretera muy virada y mojada, el firme muy rugoso los primeros kilómetros, el tembleque por el frío, el cansancio, etc. Mi consigna fue "no caerme" ya que me daba la sensación de que todo se conjuraba para que así fuera.
Cerca de coronar el Coll d'Arles

La parte francesa del recorrido

Llegamos a Amélie-les-Bains ya de noche. En el interior del control la típica escena de desastre con gente abrigándose con mantas térmicas, bolsas de basura, papel de periódicos, toallas, temblando y tratando de secar su ropa como podían. Yo ya no tenía tanto frío, al ir perdiendo altura la temperatura había subido y había conseguido entrar algo en calor. La cosa mejoró en el interior del control, un polideportivo, debido a que allí la temperatura era algo más alta que en el exterior. Al entrar me encontré a Jordi que se disponía a salir bastante abrigado. Me contó que lo había pasado mal en la bajada porque casi no tenía fuerzas en las manos para accionar los frenos. La comida arroz hervido, maíz en grano, jamón cocido, tomates y queso Camenbert. Luego plátano y café con magdalenas.

Salí del control con toda la ropa que tenía encima, maillot, manguitos, chaleco, corta vientos y chubasquero y aunque continuaba mojado poco a poco, ayudado por el terreno que subía, entré en calor, incluso tuve que bajarme alguna cremallera. Ahora se trataba de cruzar de nuevo el pre-Pirineo hacia Francia pero por un paso menos elevado. Las flechas amarillas que la organización había colocado en todos los cruces que tan bien se veían de día, de noche no se veían casi, no estaban hechas de material reflectante por lo que había que estar muy atento. Perderse en estas circunstancias puede ser un desastre que sólo se puede resolver haciendo kilómetros de más. Mis amigos canarios que habían salido un poco después terminaron alcanzándome y poco a poco me fueron dejando atrás. Yo no quería forzar porque todavía quedaba mucho camino por delante. Nos volvimos a encontrar entrando en el control 5, km 353, en Maçanet de Cabrenys.

Desde lo alto de la montaña, hacia el lado español, la imagen era un poco sobrecogedora. Se veía toda Cataluña cubierta de nubes y relampagueando por todas partes. La verdad es que daba un poco de cosa pensar en seguir el camino durante toda la noche. El control estaba situado en un garaje agrícola, con todo tipo de trastos y aperos en su interior, incluido un tractor. Se trataba de un lugar muy poco acogedor aunque la amabilidad de las personas que se encontraban a su cargo casi conseguían paliar la primera impresión. Un par de tazas de caldo caliente también contribuyeron a cambiar la perspectiva. Habíamos llegado a las 00:14 del domingo y tanto los canarios como yo habíamos elegido ese sitio para que nos llevasen las bolsas con nuestras cosas por si decidíamos pasar la noche allí. Yo me encontraba bien, no tenía sueño ni estaba excesivamente cansado al igual que les pasaba a los canarios. Cambiamos impresiones y decidimos continuar. En estas estábamos cuando empezó a llover, primero flojo para pasar en pocos minutos a ser un diluvio. Nos habían dicho que hasta San Esteve, el siguiente control, había 88km y al principio un puertecillo de 4km seguido de una sucesión de toboganes. Decidimos esperar a que amainara. Poco a poco la lluvia remitió y nos pusimos en marcha.

Yo salí primero en la confianza de que Samuel y Herman me alcanzarían en el pequeño puerto que había a los pocos kilómetros. La perspectiva de rodar de noche, solo, lloviendo, por unos parajes casi salvajes y sin apenas pueblos no era la más atractiva para mí en esos momentos. Al poco de salir dejó de llover y ya no se veían tantos relámpagos en el cielo, incluso llegué a ver Marte. En la subida vi las luces de los canarios detrás mío pero no terminaron de alcanzarme, pensé que tal vez no eran ellos, podría tratarse de una casa o un coche que se desviase por algún camino lateral y seguí para adelante. Después de la subida el terreno bajaba pero no podía ir muy deprisa porque no tenía una luz lo suficientemente larga para ver en qué curva me metía al tratarse de una carretera mojada y sin líneas blancas. En algún caso tuve que dar un frenazo antes de entrar en una curva. Pensé que lo último que me podía pasar era salirme de la carretera cayéndome por cualquier terraplén. No me encontrarían ni los buitres. Uno de mis fantasmas cuando círculo de noche, y sobre todo si voy solo, es chocarme con algún animal. A veces he visto corzos cruzando la carretera. En este caso me pareció ver un jabalí agazapado en la cuneta. Puede que se tratase de una piedra con forma de jabalí, pero de ser así era una piedra recién caída, demasiado cerca del asfalto. Lo que estoy seguro que no eran piedra es quienes hacían ruido corriendo en medio de un trigal, a mi derecha, incluso uno de ellos se metió en el haz de luz de mi foco, se trataba de un jabalí de carne y hueso, no de piedra. Alucinante fue pasar cerca de una masía, de estas reconvertida en establecimiento hotelero, en medio de la nada, lejos de pueblos y ciudades pero con la música a todo volumen que se oía kilómetros antes de llegar, con luces de discoteca alumbrando la carretera. Menos mal que no me vieron pasar, hubiese sido muy fuerte el contraste de ambos mundos tan diferentes, yo no entiendo muy bien lo que hacían pero seguro que ellos entenderían mucho menos lo que hacía yo. La paradoja es que a pesar de todo tal vez no les faltase razón.

Al fin llegué a la carretera nacional que lleva a Olot. Ahí se podía mantener un ritmo más rápido pero a pesar de eso los kilómetros se hacían interminables. Lo peor fue al llegar al tramo, a unos 25km de Olot, en donde la carretera se convierte en autopista. Se ha conservado la antigua nacional y era por ahí por donde discurría nuestra ruta, pero era necesario andar constantemente pasando de un lado a otro de la autopista por puentes, rotondas y túneles. También había que enfrentarse a unos buenos rampones marcados para que no hubiese dudas con un 10%. En 2014 también pasé por Olot de noche y al igual que en este caso se me hizo pesadísimo e interminable. Rotonda tras rotonda, cruces, semáforos, los malditos badenes. En algún caso no veía las señales en las rotondas (a veces porque no las había) y tenía que dar la vuelta al ruedo para orientarme. Me hacía gracia imaginarme qué pensaría cualquier insomne asomado a una ventana, a las tantas de la madrugada al ver a un tipo con una bicicleta estrafalaria dando vueltas a la plaza como un torero a quién han concedido una oreja.

Por fin llego al control 6 de Sant Esteve d'en Bas, km 441. Son las 5:42 está empezando a clarear y estoy destemplado, cansado y hambriento. Un caldo caliente y pan con tomate y butifarra me reviven un poco. Lo que termina de arreglarme el cuerpo es el echarme unos 20 minutos en una de las tumbonas del control, creo que no duermo pero me relajo y termino de entrar en calor. Cuando me levanto ya ha amanecido y el sol da otra perspectiva al paisaje. Al salir me encuentro con Samuel y Herman que vienen con la misma cara desencajada que debía traer yo cuando llegué. Me explican que habían pinchado y que al igual que a mí ese tramo se les había hecho interminable.

San Esteve está situado en medio de un bonito valle rodeado de montañas que ese día estaban coronadas por nubes de estancamiento. Para salir del valle hay que subir a esas montañas por una carretera con buen firme, de pendiente constante, que atraviesa un frondoso bosque durante unos 12km. Poco a poco voy entrando en calor hasta llegar arriba para luego descender a todo trapo por el otro lado mientras me cruzo con numerosos ciclistas que suben, es domingo y se ve que es una ruta muy habitual para los ciclistas de la zona.
Nubes de estancamiento en San Esteve

Llego al control 7, km 496, en Sant Julià de Vilatorta en donde como plátano y frutos secos. Ya me quedan unos 116km. Me animo a mí mismo pensando que equivale a una sesión de entrenamiento de un día normal, eso sí, en la que están incluidos un puerto y dos medíos puertos antes de llagar a Barcelona. A la salida del control la carretera desciende y voy a buen ritmo. En frente se ve una montaña con unas antenas y una carretera que sube junto a ellas. En 2014 cuando pase por aquí pensé que sería una putada que la ruta pasase por allí y efectivamente pasaba por allí. Ahora ya lo sé y me lo tomo con paciencia. Con todo lo peor no es la subida, al comenzar las primeras rampas un trailer me pasa a toda velocidad a menos de medio metro. Me da un susto de narices a pesar de que ya estoy curtido. Me consuelo pensando que no es que no me viese que sería lo peor, sino que le pudieron las prisas. Quienes no debían tener ninguna prisa pero iban a toda leche haciendo un ruido de mil demonios eran numerosos moteros que se tomaban el puerto como si fuese el circuito de Montmelò adelantando a todo bicho viviente en línea continua y donde se terciara. En alguna curva ciega a derechas temí que alguno ciñendo demasiado me llevaran por delante. Una vez arriba la carretera desciende hacia el control 8, km 541, Calders, con el viento a favor y las ganas de llegar voy a toda velocidad. Allí, al igual que me pasó en el control anterior, me encontré con un ciclista que partía y con otro que entró otro cuando salía yo. Los mismos ciclistas en ambos casos. A estas alturas las posiciones están muy consolidadas. Comí en la sala vacía "pa amb tumaca i pernil" con fruta y frutos secos. De nuevo en marcha, me quedaban los dos medios puertos. Al principio la carretera baja al fondo de un estrecho valle para ascender de nuevo por la otra vertiente. Es el primero de los medios puertos que me faltaban. Una vez arriba se ve la sierra de Montserrat lo que indica que se está ya cerca de Barcelona.
Montserrat al fondo

Se desciende de nuevo hasta Cerdanyola del Vallès en donde el viento de tierra está arreciando bastante lo que facilita la marcha pero hay un punto, en el polígono industrial, en que se da un giro cara al viento justo en una rampa de más del 10% de unos 500m de larga en el que me tengo que poner a tope para no terminar empujando la bici. Por toda esa zona se tiene la sensación, que no se confirma al ver el recorrido en un mapa, de que se está dando vueltas de un lado para otro sin sentido con el único fin de completar los 600km de ruta previstos. Una vez cruzada la Riera de San Cugat se inicia la ascensión de unos 7km que culmina en la montaña desde la que se baja a Barcelona. Me paro a hacer una foto y desciendo tranquilamente hasta el velódromo d'Horta.
De nuevo en Barcelona

Al llegar allí, es tradición completar una vuelta en su interior. Yo no me atrevo a subirme a la rampa y la doy por debajo. Solo faltaría darme un trastazo justo al llegar, aunque pensándolo bien, de tener que ser, ese sería el mejor momento y el mejor lugar.

Vuelta al ruedo

El carnet de ruta

34 horas siguiendo estas señales


Los datos según Strava
Distancia: 614,2km
Tiempo en movimiento: 27h 52'
Tiempo empleado: 34h 3'
Velocidad media en movimiento: 22 km/h
Ascensión acumulada: 13.163m ¿?

jueves, 27 de agosto de 2015

Mi primera París-Brest-París

La historia 
El súper brevet París-Brest-París es la prueba más importante de este tipo a nivel mundial. Se celebró por primera vez en 1891. Es el evento ciclista más antiguo de todos los que se producen, incluido el Tour de Francia. Desde 1971 se celebra cada cuatro años y partir de 1956 únicamente participan corredores amateurs.
Charles Terront, ganador de la primera edición de 1891
Cartel referente a la edición de 1901

Presentación
 
La prueba consiste en cubrir el recorrido entre París y Brest, en la Bretaña Francesa y volver casi por el mismo camino, 1230km en total, que hay que completar en un máximo de 90 horas.
El itinerario

El Perfil

Es la prueba "randoneur" por excelencia. El "randoneurismo", excursionismo, en traducción literal de Francés, es un tipo de ciclismo no competitivo equivalente a lo que fue en su día el término cicloturista. En este tipo de pruebas el ciclista tiene que ser autosuficiente por lo menos entre controles situados generalmente a una distancia de unos 80km y salvo accidente o abandono, no puede recibir ayuda de terceros que no sean los propios participantes. 

Los planteamientos 
Evidentemente el sentido de la prueba ha ido evolucionando con el tiempo y actualmente coexisten diferentes formas de afrontarla (y creo que en eso consiste su éxito) y de vivirla. 

Siempre es un reto sea cual sea la forma en que se plantee. Se dan todos los extremos, desde quien se propone hacerla sin ningún tipo de ayuda externa, llevando encima todo lo necesario (excepto el agua, supongo) hasta quien recibe ayuda en cada control y solo tiene que llevar lo indispensable para cubrir la distancia que separan un control del siguiente.

Eso en cuanto al "cómo". En lo que se refiere al "con qué" la variedad es todavía si cabe más amplia, en lo referente a tipos de bicis se pueden ver bicis convencionales (las más), reclinadas, triciclos, velomoviles, tandens, tridens (o como se llamen los tandens de tres), bicis de mano, plegables, clásicas (incluida vestimenta de época), y algún tipo que seguramente se me olvida.
De los materiales en que están construidas el que más se ve es la fibra de carbono pero también se ve mucho el aluminio, acero, titanio, incluso bambú y madera. También se ven reclinadas autoconstruidas.


Todo un ejemplo de coraje y superación

Mi batalla
Antes de salir ya había manifestado que tenía tres objetivos. Los cito por orden de importancia:
- Acabar la prueba
- Disfrutar
- Tardar el menor tiempo posible
Con mis amigos José y Javier el día antes
Todo preparado, jinete y montura

Con estas premisas por fin llega el día de la salida. Hasta aquí me han traído muchas horas de entrenamiento, muchos kilómetros recorridos (11.200 km en lo que va de año y 15.200 desde que empecé mi plan de entrenamiento en octubre), varias pruebas de clasificación de 200km, 300km, 400km, 600km y mucha ilusión. 

La primera en la frente. Renuncio a la comida que tenía pagada en el hotel para decantarme por la que ponía la organización por considerar que sería más adecuada a las circunstancias. Por dicha comida se había pagado 13€ junto con la inscripción. Cuando llego al velódromo se había agotado el segundo plato y el agua. Solo quedaba ensalada y no de pasta o arroz precisamente sino de lechuga y poco más, y tarta de chocolate de postre. Ante la perspectiva de afrontar el comienzo con el depósito en la reserva me zampo tres porciones de tarta que, todo hay que decirlo, estaba muy buena. Una vez no comido, me pongo a la cola para tomar la salida. Ahí coincido con otro reclinado que ya recordaba de la Londres-Edimburgo-Londres de 2013 que lleva un cajón de madera autoconstruido en la parte trasera de su bici y me explica que ahí lleva todo lo necesario para pasar la prueba sin ayuda externa. Como ejemplo, saca un racimo de plátanos advirtiendo en ese momento que estaban casi pochos, se come uno e intenta colocarme otro. Yo que en ese momento negociaba con mi estómago tres raciones de tarta declino la generosa oferta. Acaba tirando los otros plátanos ante la poca colaboración del resto de los participantes. 

La salida es trepidante, se va a un ritmo suicida. En el km 20 vamos a una velocidad media de 31km/h. A mi se me enciende todas las alarmas, bajo el ritmo dejando que otros me alcancen por detrás a la espera de hacer grupo con gente que circule a una velocidad razonable de acuerdo con una prueba de 1.200km y no de 120km como parece. Me emparejo con otro reclinado en un tramo llano. Parece que este tiene menos prisa, pero en el primer repecho intenta mantener la velocidad, sin querer le sigo y mis pulsaciones se disparan al 85% de mi FCM. Yo, que estoy entero todavía, respiro por la nariz, pero el tipo a mi lado resopla como una locomotora. Decido que no es buena compañía y le dejo ir. Me sigue pasando lo mismo en más ocasiones hasta que me resigno a ir yo solo a mi ritmo. Al poco empiezan a adelantarme grupos de ciclista erguidos que han salido 15, 30, 45, 60, etc. minutos después que yo. Van como caballos desbocados, reconozco en esos grupos a gente que más tarde se retiraría o que tardarían hasta 15 horas mas que yo. Era impresionante en las rectas que hay en este tramo en el que la carretera tiene numerosos toboganes, cuando se llega al alto de uno de ellos, ver cientos, miles de ciclistas, con sus luces rojas traseras, alumbrando con sus focos, sobre los chalecos reflectantes a los ciclistas que les precedían. Procesión de fantasmas.
Los primeros kilómetros a las afueras de París

Empieza a caer la noche

Llegamos al primer control, Mortagne, pk.140 en el que no hay que sellar pero en donde aproveché para comer unos bocadillos y unos plátanos que había dejado en el coche de apoyo para evitar aglomeraciones. En este punto ya se había hecho de noche y me abrigué antes de salir camino del siguiente control. A partir de allí la densidad de ciclistas fue en disminución llegando a ir solo en muchos tramos. Llegué al control de Villaines pk.221, a las 3:27 en donde me comí los bocadillos y los plátanos que había dejado en el otro coche de apoyo. Aquí se terminó para mi toda la ayuda de estos coches. Se notaba el frío de la noche y el exceso de ritmo que había llevado, estaba cansado y la comida, como me suele pasar en estos casos, no me entraba bien. Pasado el control continué a menor ritmo, la clave en ese momento era recuperarme. Llegué al control de Foguères pk.310 cuando ya empezaba a querer amanecer. El restaurante estaba muy alejado del punto de control así que comí algo sobre la marcha y continué. Es a partir de ese momento cuando empecé a adelantar ciclistas. ¡¡Muchos habían salido después que yo!! ¿cómo se explica?  Debieron ser los que me adelantaban por la noche que no podían mantener el ritmo. No se me ocurre otra explicación. 
A partir de ahí paré en todos los controles, incluso en los que no había que sellar, para comer y descansar un rato. En Loudeac, pk.449 me di cuenta que el móvil no me cargaba, era un fallo del cable  de alimentación y decidí apagarlo y terminar de grabar en Strava y transmitir mi posición. El GPS se me apaga, el típico cuelgue de Gramin, y estuve varios kilómetros intentando arrancarlo hasta que por fin se puso en marcha. Lo peor no obstante no fue eso ni con mucho. Me comunicaron que un amigo, Marcelo, se había matado en un accidente de parapente el día anterior. A partir ahí ese pensamiento se convirtió en recurrente para mí durante toda la prueba. 

Rodando rodando llegué al alto del puertecillo que hay antes de Brest ya con las últimas luces del día. En mi imaginación tenía la idea de que se trataba de bajar el alto, cruzar un puente sobre una bahía y ya estaría en el control y punto de vuelta. Nada más lejos de la realidad, el puertecillo si, se baja, pero ahí no acaba la cosa, se vuelve a subir una y otra vez llegado un punto se abandona la carretera principal para seguir por carreteras secundarias, ya totalmente de noche, sin luna y sin rayas ni de centro ni laterales. Hay que bajar despacio y con cuidado. Ya en Brest se tiene la sensación de que la organización te da vueltas de una calle para otra sin sentido ni consideración a subidas. Una vez cruzado el ansiado puente tampoco se llega. Una interminable calle de subida con semáforos preferentemente en rojo nos separan todavía del control.
Por fin llegue al control de Brest pk.618 a la 23:55, 30 horas y 39 minutos después de tomar la salida. Es de destacar que este es, con mucho, el 600 más rápido que he hecho nunca
En el control de Brest los dormitorios, lo que parece una residencia de estudiantes en desuso, están a lo que se antojan varias centenas de metros del punto de sellado. Una vez ahí una cola para coger habitación (la única que tuve que hacer en todo el recorrido). Tenían que ver qué habitación te asignaban a través de un programa informático y una vez localizada una libre alguien tenía que ir hasta allí para asegurarse de que estaba libre de verdad. En resumen 7 horas y 40 minutos para cenar, ducharme, desayunar y dormir 4 horas. Un desastre por mi parte y por el de la organización. 

Salí de Brest a las 7:35 del día siguiente, martes 18/8. Habiendo dormido sólo cuatro horas pero bastante descansado. En periodos de escasez se tiene uno que acostumbrar con poco. Me influyó mucho el hecho de que había dormido como un tronco desde el minuto uno en que me acosté hasta que me despertaron. Estaba empezando a clarear y había niebla. Salí sólo aunque al rato me uní a otros reclinados con los que compartí los primeros kilómetros de ruta. A la subida del puertecillo empecé a encontrarme con los primeros ciclistas que llegaban a Brest. En un momento dado se convirtieron en una fila continua e interminable. Algunos me reconocían y saludaban pero yo que tenía el sol de frente e iba deslumbrado no pude reconocer a nadie hasta que no me saludaban ellos y en algún caso ni aun así.
Saliendo de Brest

El sol quiere romper con la niebla

Subiendo desde Brest

Poco a poco desandaba el camino de vuelta a París. Estuve rodando unos kilómetros con un ciclista rumano residente en Italia que llevaba la equitación de los italianos. Me comentó que no le gustaba mucho la prueba que el paisaje era muy monótono y que prefería la 1001 millas que se celebran en Italia en las que pensaba participar. Prefería esa prueba porque se pasaba "del mar a la montaña y viceversa" pero que participaba en esta porque de esa manera tenía asegurada la inscripción en la italiana. A mi eso de pasar continuamente del mar a la montaña me pareció como los subí/baja de esta prueba pero a lo bestia. Y encima 1001 millas, más de 1600km. 
Afortunadamente no hace viento

Otra forma de rodar

Poco a poco fue pasando el día. Llegué a Tinteniac pk.867 a las 20:18  era el momento de cenar y ponerse ropa porque la noche iba a ser fría y larga. Me encontraba bien de fuerzas y me daba mucha pereza pensar en pasar otra noche en uno de los controles con todas las incomodidades que tiene asociadas. Es cuando decidí seguir del tirón y llegar a París cuanto antes. Lo que más deseaba en esos momentos era una buena comida con los deberes hechos, una buena ducha y una cama limpia con sábanas blancas, bien estiradas, y dormir sin hora. De echo ese era mi plan B en el caso de que las cosa me fueran bien y me encontrara con fuerzas. 
Las primeras horas de la noche fue todo bien, estaba fuerte y circulaba a buen ritmo. Pasé Forguères pk.921 y fue entre este control y el de Villaines cuando los kilometros se me hicieron más largos. El frío se notaba (la temperatura cayó por debajo de 9°C) y unido a la humedad y el cansancio se me hizo este tramo interminable. Llegué a Villaines pk.1010 a las 4:28 del miércoles 19/8. Comiendo algo en la cafetería del control noté que me caía de sueño y fue entonces cuando decidí echarme un rato allí mismo. Estuve una hora dormitando en el suelo vestido con toda la ropa que llevaba. Fue una buena decisión que me sentó muy bien. Cuando reemprendí la marcha me encontraba mucho mejor y ya estaba empezando a amanecer lo cual, cambiaba mucho el panorama.

El tramo hasta Mortagne, largo y rompepiernas. El remate final la llegada al propio control, pk.1090 con sus buenos repechos. La salida de Mortagne nos regaló con otros tres puertecillos que a esas alturas de la película se hacían bastante cuesta arriba. Ya llegando a Dreux pk.1165, me uní a un grupo de chavales jóvenes que iban bastante enteros y circulaban bastante rápido. Podía ir más deprisa con menos esfuerzo, pero nada sale gratis, en un momento dado, uno hace un requiebro para salvar una tapa de alcantarilla y está a punto de chocarse con el que tenía al lado con el peligro de irse ambos al suelo, y yo detrás. Concluyo que no merece la pena.
Yo en plena acción

Muchas horas de bici. Hay que hacerlas lo más cómodo posible
Llegué a Dreux pk.1165 a las 14:41 tras 69 horas 25 min. de ruta. Ya veía la llegada a París pero todavía había que trabajarse los últimos 65 km. La salida de Dreux a plena hora punta con mucho trafico y semáforos me resultó pesada. Enseguida se deja atrás la ciudad y se atraviesa un terreno favorable bastante llano y con viento de atrás. La única ocasión en todo el trayecto en que se hizo sentir el viento. En ese tramo volaba, es un decir después de más de 1100km a las espaldas, hasta que llega otra especie de puertecillo que me separaba del final. A 28km de la meta hay una serie de repechos, los mas duros del recorrido, yo calculo que de más del 10%, lo que a esas alturas se hacían casi insalvables. A ambos lados de la carretera había mucho público (más que a la entrada del velódromo) supongo que con la intención de ver qué cara se nos ponía a quienes pasábamos por allí. Yo no sé qué cara se me pondría pero hubo quien se me ofreció para empujarme, ofrecimiento que rechacé al momento muy digno yo, para arrepentirme a continuación, cuando ya no había remedio. 

Llegado a ese punto, a mi se me imaginaba algo similar a la llegada de Brest. Bajadita hasta  hacer la entrada triunfal en el velódromo. De nuevo chasco. Se comienza una serie interminable de subidas, bajadas, rotondas, cambios de dirección, semáforos, etc. con la sensación de nuevo de que los organizadores te están dando una vuelta por ahí para completar los kilómetros de recorrido que tenían previsto. Cuando ya creía que estaba a punto de llegar un espectador me intenta animar diciéndome que sólo faltan 15 km que se me antojaron una eternidad. 
Por fin, por la puerta de atrás del velódromo y en olor de soledad, llegue a la meta 72 horas y 40 minutos después de haber salido. 

Conclusión 
En cuanto al planteamiento, a la resolución del binomio sufrimiento/disfrute, creo que ahí hay mucho de que hablar. Todos hemos sufrido, del primero al último, pero no tiene porque haber sufrido más quien haya tardado menos ni haber disfrutado más quien haya tardado más. Estoy seguro de que habrá muchos participantes que lo habrán pasado muy mal para hacerla en 90h y no digamos de quienes la han tenido que abandonar, ésos seguramente han llegado al límite de sus fuerzas. También habrá quien, habiéndola hecho en un buen tiempo, haya disfrutado razonablemente 

En mi caso, he disfrutado y lo he pasado mal, me imagino que como a casi todos los participantes, ambas cosas a la vez. 

Las largas horas nocturnas de soledad en la carretera, con el frío y la humedad, solo pendiente del pequeño espacio de carretera que ilumina el foco, el lento avance del cuentakilómetros, los momentos de bajón, la desolación de cuando me comunicaron el lunes que mi amigo se había matado en accidente de parapente el día anterior, el inmenso esfuerzo que supone levantarse cuando te avisan después de haber dormido cuatro horas y pensar que sólo estás a medio camino, todo eso y muchas cosas más que se me olvidan en este momento pero que reaparecen cuando menos lo espero, van al platillo del sufrimiento.
En el otro lado de la balanza está, el olor del heno en los prados al borde de la carretera, la gente siempre dispuesta a animarte a cualquier hora del día y de la noche desde las cunetas, la niebla pegada al suelo de los campos al amanecer, los primeros rayos de sol, el placer de superar un reto, de ser capaz de vencerse a uno mismo, a ese otro yo cobarde y acomodaticio que siempre aparece en los momentos más difíciles, a un gesto amable, que los había, de otros participantes y voluntarios en los controles, a los mensajes de aliento de las personas que me seguían, sobre todo los de Juan, siempre precisos y sabios, todo esto y mas cosas olvidadas por el momento pero que irán reapareciendo y agrandándose con el tiempo, van al otro platillo de la balanza. 
Los ánimos de los franceses son constantes

Se dice pronto

No eché de menos una llegada apoteósica como cuentan quienes han participado en ediciones anteriores, casi lo preferí, llevaba la emotividad disparada, por la fatiga, por la muerte de mi amigo que no se me quitó de la cabeza, por la alegría de acabar, por todo el esfuerzo que dejaba atrás. Habría sido demasiada emoción hacer los últimos kilómetros en medio del ánimo de tanta gente. 
A la llegada en el velódromo

La comida del final de la prueba
Merecía la pena

Para la próxima 
Si hay próxima, intentaré un plan similar al que he seguido en ésta pero reservando hotel en Brest, en un establecimiento en el que se pueda hacer autochecking para poder coger habitación independientemente de la hora a la que llegue. Así podré optimizar las horas de parada y pudiéndolas convertir al máximo en horas de sueño.

Procuraré salir a mi ritmo desde el primer momento, de esta manera iría más cómodo, no tendría que hacer tantas paradas y seguramente ganaría tiempo. 

Creo que de haber seguido ambos planteamientos hubiera podido bajar de las 70 horas o andar muy próximo. 
No creo que eso pueda ser posible en el futuro ya que difícilmente se van a repetir unas condiciones tan favorables en lo que se refiere a ausencia de lluvia o viento acompañado de temperaturas suaves.
También en las próximas ediciones seré, por lo menos, cuatro años mas viejo que ahora y ya estoy en una edad en que cuatro años se van a ir notando cada vez más. 

miércoles, 16 de julio de 2014

La Ronde Aliénor d'Aquitaine es un súper brevet de 1200 km

La Ronde Aliénor d'Aquitaine es un súper brevet de 1200 km que se ha celebrado en 2014 por primera vez. Al parecer Aliénor d'Aquitaine cuenta entre sus méritos el de haber sido reina por dos veces en dos países diferente Francia primero e Inglaterra después.
Con lo difícil que es ser reina y va esta señora y lo consigue nada menos que dos veces. Empezamos bien. Si debió ser de armas tomar la señora veremos como es la ruta dedicada a ella.


Se comienza en Burdeos, casi al nivel del mar, rodeando la región de Aquitania en el sentido de las agujas del reloj primero hacia el este y luego hacia el sur por el interior hasta los Pirineos coronando el mítico Coll d'Aubisque (1.709m) por el que ha pasado innumerables veces el Tour de Francia, se baja hasta el nivel del mar por Hendaya y se continúa hacia el norte por la costa de las Landas hasta Burdeos.
La salida fue el domingo 6 de julio a las 20:00. Sigo sin entender el motivo de empezar algo así a esa hora a no ser el de garantizar que te pases al menos toda una noche en la carretera con sus inconvenientes, frío, humedad (nosotros tuvimos hasta niebla), no ver el paisaje, ir más despacio, tener más posibilidades de despistes y accidentes, más dificultad (o imposibilidad en el caso de Francia) para obtener comida o bebida, etc. Curiosamente en este último aspecto la organización nos había advertido de que la única forma de obtener agua a esas horas en Francia era en los cementerios ya que todos ellos cuentan con una fuente. También nos recomendaron los cementerios como un lugar tranquilo para dormir. No se me habría ocurrido pero seguro que es verdad.

Yo llegué a Burdeos el día anterior para poder preparar todo con tranquilidad, ir palpando el ambiente y estar descansado. Di una vuelta por Burdeos por la mañana un poco volado porque dejé aparcado el coche en el centro de la ciudad con la bici y todo el equipaje dentro y volví a comer y a intentar sestear en la zona de la salida el Complejo Deportivo de la Sablière en Hailsham, al NO de Burdeos.

Finalmente tomamos la salida a la hora prevista 177 ciclistas de los que 41 abandonarían, la mayoría en los Pirineos. Esto da idea de la dureza de este brevet en el que se pasa del nivel del mar a los 1.709m. del Coll d'Aubisque además del constante sube y baja del País Vasco francés. 

Los primeros kilómetros transcurrían por vías ciclistas un poco estrechas y había que andar con cuidado porque era complicado adelantar en muchos tramos y todo el mundo quería ir deprisa para colocarse en el grupo más adecuado a sus pretensiones. Como me pasa siempre, pe coloqué en el grupo de cabeza hasta la primera meada que fue enseguida quedándome detrás y perdiéndole de vista definitivamente hasta el primer control (Saint Emilion km. 51) a la segunda.

Al llegar al primer control todos se bajaban de la bici rápidamente para ponerse a la cola de sellar la cartilla de ruta. No entiendo esas prisas por ganar segundos en una prueba de decenas de horas, pero supongo que todo el mundo había encontrado el que creía ser su grupo y no quería perderlo. Yo llegué a las 21:48

A la salida del control ya empezaba a ponerse el sol. Circulábamos desde la salida con viento a favor por la campiña francesa y carreteras tranquilas de muy poco tráfico. Enseguida se hizo de noche. Circulaba sólo hasta que alcancé a un grupo de unos 30 ciclistas. Con un grupo así, desde mi reclinada, se marcha muy mal porque te restan mucha visibilidad. Además suben más rápido que yo obligándome a apretar más de lo razonable y en las bajadas me obligan a frenar. Me terminé poniendo en la cabeza de ese grupo y poco a poco me fui distanciando de ellos. Se pasan cientos de rotondas en las que hay que estar muy atento a ver en el GPS qué salida tomar a la vez de mirar al tráfico. Como de cerca no veo bien el GPS, a veces me equivoco de salida y tengo que dar la vuelta para entrar de nuevo en la rotonda y es ahí cuando el grupo que llevaba detrás me sobrepasaba y vuelta a empezar. Después de hacer el ridículo dos o tres veces decido resignarme a ir con ellos, por otro lado la perspectiva de circular sólo toda la noche tampoco es muy ilusionante. 

Llegamos al control de St Pierre de Cole km 170 a las 2:00 del lunes. Estaba helado y empapado por la humedad de la noche. La sopa que ofrecían en el restaurante donde se hacía el control me resucitó.

Al salir del control me puse un poco más de ropa, sobre todo guantes largos porque traía las manos heladas, recoloqué el cartel del número de participante que se me había descolocado y tropezaba con la biela en cada pedalada y continué yo solo. Estaba un poco arto de tirones, piques  y carreritas. Iba rebasando pequeños grupos de ciclista y ciclistas solitarios. Poco antes de llegar al control de Badefols-d'Ans  había un coche parado en medio de la carretera con las luces de emergencia encendidas, delante una ciclista en pie con su bicicleta y gesto confundido. La pregunté si todo está bien contestándome que sí. Había sufrido una caída y tenía rozaduras en las manos y la cara. El conductor del coche que estaba junto a ella resultó ser de la organización y me dio las gracias. Luego la vería en el control comiendo mientras la curaban sus compañeros. Me encontraría con ella más adelante, se ve que continuó aunque ignoro si terminó.

Llegué al control Badefols-d'Ans km 214 a las 5:17 del lunes. Era la hora de desayunar de verdad. El control estaba situado en un restaurante en dónde se podía comer, además de los tentempiés gratuitos de todos los controles (bebidas, frutos secos, bizcocho, fruta, etc.) un desayuno a base de bocadillos, café, bollería, etc.

Al salir del control ya había amanecido. A la salida del pueblo hay un cruce que pasé de largo y el GPS activó la alarma de desvío de ruta. Mientras estaba parado para reubicarme pasaron dos ciclistas franceses indicándome con mucha seguridad que sí, que la ruta continuaba por la carretera en la que estábamos, así que les seguí hasta que, unos kilómetros más adelante, en otro cruce ellos también se pararon, deliberan, consultan la hoja de ruta y llegan a la conclusión de que hay que volver sobre nuestros pasos hasta el cruce en donde nos habíamos juntado. Fueron sido casi 20km de regalo ¡¡buen comienzo!!

Los kilómetros seguían cayendo despacio mientras al atravesaba la campiña francesa. Empezaba a necesitar algo más de comer al llegar al control de Monpazier km 304 a las 10:30. Se trata de un pueblo medieval con una bella plaza porticada del siglo XII en la que está situada la organización del evento. Como sólo daban bebidas y tentempiés, me acerqué a una boulagerie cercana donde compré comida más consistente. En ausencia de bares como en España, las boulangeries francesas suponen una tabla de salvación de ciclistas exhaustos. Lástima que a las 6 de la tarde estén todas cerradas, cosa que no pasa con los bares españoles. En previsión de esto compré comida extra para llevar por sí acaso. 




Entre este control y el siguiente de Grenade sur l'Ardour es donde nos cayeron los aguaceros más serios del recorrido. El primero dura más de media hora y cae con ganas, luego sale el sol, y llego a secarme. A lo lejos se ve una gran nube, la carretera serpentea en dirección a su centro, a veces gira y parece que nos alejamos pero al poco vuelve a girar y nos dirigimos a lo más oscuro hasta que parece inevitable, me coge de lleno. Llovía intensamente con un par de dedos de agua sobre la carretera no, quedaba otra que aguantar el chaparrón a base de chubasquero, luces, etc. Duró más de una hora y por momentos parecía que iba a durar indefinidamente porque no se veía un claro por ningún sitio. A la altura de Port Sainte Marie km 380 después de cruzar el Garona el sol salió con la fuerza de julio y todo lo que llevábamos encima sobraba repentinamente. 

Llegué al control de Grenade sur l'Ardour km 477 a la hora de cenar (en Francia se entiende) aunque todavía hacia sol. El control estaba en un restaurante donde nos ofrecieron un menú no demasiado generoso ni demasiado exquisito pero que sabía a gloria. El siguiente control, donde pensaba dormir, estaba a 72 km al pie de los Pirineos. Se trataba de la última etapa de la jornada. Pronto se hace de noche, atravieso la campiña jalonada de granjas. Son las típicas granjas de los cuentos de niños, con todo tipo de animales, cobertizos, cultivos, etc. Los pueblos son muy pequeños y alejados unos de otros, muchos de ellos sin una luz de alumbrado público, fantasmagóricos en medio de la noche, sin nadie por la calle. Sólo alguna ventana iluminada en alguna casa revela algo de vida. No me extraña que alucinen cuando vienen a España, con nuestro excesivo bullicio a cualquier hora del día o de la noche, nuestras luces de nuevos ricos. Se trata de dos extremos diametralmente opuestos.

Llegué al control de Soumoulou km 541 a las 23:00 del lunes. Fue una etapa agotadora. Llegué cansado y helado del frío y la humedad. Además estaba empezando a tener una molestia en la pierna derecha, por encima del empeine del pie que se manifiesta un poco cuando pedaleaba y mucho cuando caminaba. De hecho cojeaba cuando iba de un lado para otro. Me dan una sopa de legumbres y verduras que me parece exquisita (y en realidad lo era) y tremendamente oportuna. Ducha tibia tirando a fría y a dormir un rato. Resulta que me he equivoqué al etiquetar las bolsas y mandé la que contenía ropa de más abrigo al control del borde del mar y la de ropa más ligera al de los Pirineos. No disponía de una manta fina que me había puesto para dormir. Me acosté a las doce para que me avisasen a las 5:00. No fue necesario que me llamasen, a las 4:00 ya me había despertado el frío.
El desayuno en Soumoulou dejó bastante que desear. Salí del control a las 5:00 del martes un poco temeroso de lo que me espera, sabía que iba a ser la etapa más dura del recorrido. El pie me dolía pero el dolor se calmaba a medida que iba entrando en calor hasta desaparecer. Al principio el camino es llano pero poco a poco se va empinando hasta que llegan las verdaderas rampas del Coll du Soulor. La primera de ellas está anunciada por un cartel indicando, que quedan 10km para la cima y que la pendiente media del próximo kilómetro es del 9%. En el GPS voy viendo 10%, 11%, 12% y hasta 13% puntualmente. Con lo que llevamos a la espalda se las trae. Me lo tomé con mucha tranquilidad. Subiendo sin forzar y aún así adelanté a un ciclista en una reclinada que debía ir a la mitad de velocidad que yo. Más adelante a otro que iba andando empujando su bicicleta ¡¡cuando casi faltaban 20km para llegar arriba!! Fueron 10km duros, de paisaje espectacular e interminables. No se cumplieron mis temores de pasar este puerto de noche y lloviendo. Hacía buen tiempo y era de día. No me podía quejar. Empecé a notar que el desayuno no era lo contundente que sería de desear. Me tomé una bolsita de fruta triturada, enseguida otra y otra, la cuarta y última cae al poco tiempo.







Llegué al Coll d'Aubisque (1.709m) km 609 y mitad del recorrido tuve suerte y el bar regentado por una ruidosa cantinera estaba abierto. Bocadillo de jamón, café con leche y pastel vasco.
Me puse toda la ropa que tenía y comencé la bajada por las tremendas rampas sin correr mucho porque no quería que el cansancio me traicionase y acabar en el suelo. Me había dejado de funcionar el pulsómetro. Supuse que como otras veces es culpa de la cinta pero me extrañaba que fuese así, de repente, mientras estaba parado en el bar. Curiosamente, y a pesar del café que acabo de tomar, en este tramo me entró sueño ¡¡bajando y cuando hay que estar más atento!! 

La carretera desciende continuamente hasta el control de Sauveterre de Bèarn km 701 en donde llegué a las 14:24 del martes. Comí un menú a base de ensalada de pasta y enseguida continúe de nuevo. Quedaban 88km hasta el control de Hendaya, iba bien de tiempo y aunque el viento se suponía que iba a soplar fuerte de cara hasta el siguiente control, nada hacia suponer que este iba a ser el tramo de más incidencias de todo el recorrido ya que tardé unas 7 horas ¡¡a unos 12,5km/h de velocidad media!! 
Primero empezó a llover al poco de salir, paré y me puse la ropa de lluvia, luego paró de llover y me la volví a quitar. Al rato pasó lo mismo hasta que me cansé y decidí que sí llovía y me mojaba ya me secaría. Al final terminaría lloviendo en serio y me tuve que volver a parar para equiparme. A todo esto el cambio trasero empezó fallar, no entraban bien las velocidades, se saltaba, etc. Paré a revisarlo pero no vi nada. Deduje que era culpa de la lluvia hasta que en un momento dado dejó de cambiar del todo. Paré y me di cuenta de que se había soltado el cable, era lo que pasaba que se estaba soltando. Volví a apretarlo, le di un poco de tensión, me puse en marcha y... funcionaba perfectamente, fue lo único que me salió bien en este tramo.  

A los pocos kilómetros había un cartel de carretera cortada a 200m y desvío. Me fui por el desvío por una carretera ascendente. Pensé más tarde que podía haber recorrido esos 200m para echar un ojo, ya que tal vez el obstáculo era viable para una bici aunque fuese echada a un hombro (es un decir en una bici reclinada) pero ya era demasiado tarde y continúe. Subí mucho y a la bajada el firme era tan infame que no pude correr y recuperar parte del tiempo perdido. Total unos 10km de más.

Más adelante el GPS empezó a ir muy lento hasta que se apagó. Aprovechando que iba despacio en una subida lo volví  a encender pero no termina de arrancar. En esas estaba cuando tropecé con la rueda en el pequeño bordillo que había al borde de la carretera y me caí de cabeza en la cuneta. Menos mal que no iría a mucho más de 12km/h y que la cuneta era herbosa. Sólo me hice daño en el amor propio y en el pie que cada vez lo tenía peor. Saqué el Garmin eTrex que tengo de repuesto. No tiene cartografía de la zona pero si que tenía metidas las rutas. Lo puse en marcha y me di cuenta de que me había alejado de la ruta. Estaba cerca de Bayona cuando debía haber pasado antes por Hendaya. Además al estar lejos de la ruta no podía seguir el track en el GPS de repuesto, de momento este otro terminal no me era de mucha utilidad. Saqué la conclusión de que debía retroceder unos 12km hasta Hasparren y allí sí podría seguir la ruta en el GPS de repuesto fijándome en la rayita del track en el mapa. Afortunadamente el GPS principal arrancó. Guarde en la memoria el track que había venido siguiendo y que parecía habérsele atragantado y funcionaba. Llegué a Hasparren de nuevo y retomé la ruta. Empezó a llover, esta vez en serio y no me quedó más remedio que ponerme ropa de agua. Había perdido mucho tiempo. Estaba empezando a estar hambriento, flojo y no tenía comida. Observaba que ya está todo cerrado. Hasta las gasolineras estaban cerradas a las 18:30. Entré en pánico ¡¡Sólo me faltaba tener una pájara!! Me acerqué a un camping por sí estaba abierto el restaurante o el supermercado. La dueña me dijo que estaba todo cerrado. Ni siquiera tenía un trozo de pan para darme. El marido pareció hacerse cargo de la situación y me indicó un hotel/restaurante que podría estar abierto. Afortunadamente estábamos en el país vasco-francés y las costumbres son un poco otras. Estaba abierto, le pregunté a la chica de la recepción si me podía preparar un bocadillo y me dijo que tenía que mirar a ver si tenía pan. Afortunadamente tenía pan y me preparó un bocadillo de "fromage" que me supo a gloria. 

Ya estaba empezando a anochecer de nuevo cuando reemprendí el camino. Llegué a Hendaya km 789 a las 22:09 del martes. Allí tentempié rápido y camino hacia Bayona. Me uní a un grupo de tres eslovenos, concretamente dos eslovenos y una eslovena. El viento arreciaba al estar más cerca de la costa pero ahora de espaldas. Cuando se circula de noche en bicicleta siempre se tiene la sensación de ir más deprisa, pero en esta ocasión ibamos deprisa de verdad. Pasamos por el puerto de San Juan de Luz como una exaltación. La eslovena me comentó que había estado en España haciendo la Madrid-Gijón-Madrid. Le gustó particularmente los 40°C de día y los 10°C de la noche según me comentó para mi sorpresa. Volvía a llover y el tráfico era intenso. Resulta una combinación desagradable, lluvia, tráfico intenso, deslumbramientos, viento, etc. Estaba deseando llegar a Bayona.

Cuando entré en el control de Bayona km 825 eran las 24:00 del martes. Decidí dormir allí. Se me hacía muy largo Mimizan donde pensaba pasar la segunda noche, a unos 90km. Me quedé sin muda, sin toalla, sin ducha, etc. pero fue mejor así. Dormí con la misma ropa que la noche anterior que era la misma que había llevado puesta todo el día. Para no repetir la experiencia del frío de la noche anterior me arropé con una manta térmica que me regaló mi amigo Javier Arias con forma de funda en la que te puedes meter como sí fuera un saco. Hacía tanto ruido al intentar introducirme dentro, en un dormitorio con más gente, que desistí y me tapé por encima. A la mañana siguiente tendría que abandonarla al no ser capaz de volverla a plegar y que abultase razonablemente.

Los desayunos no fuero el fuerte de la organización. Café pésimo y bizcochos del Carrefour. Me puse en marcha de nuevo a las 4:00 del miércoles junto con otros cuatro ciclistas que más adelante iría dejando poco a poco atrás. El camino de salida de Bayona es una sucesión interminable de rotondas, cruces y badenes. Habremos pasado cientos de rotondas y miles de badenes.

Al ir acercándonos a las Landas la carretera es una sucesión de rectas interminables. Todavía era de noche cuando en una de esas rectas vi una luz de ciclista. Poco a poco me fui acercando hasta que le rebasé. Era el ciclista reclinado que subía empujando la bicicleta en el Coll du Solulour. Debió pasar toda la noche sin dormir -yo tampoco es que haya dormido mucho- pero no se debió perder como yo entre Sauveterre y Hendaya.

Por fin encontré una boulangerie abierta a las 7:00. Gran bocadillo, café con leche grande, croissant y pinka de chocolate.

Entré en el control de Mimizan km 917 a las 8:45 del miércoles. Tentempié rápido y de nuevo en camino. El viento que la noche anterior era SO favoreciéndonos pasaría a rolar a lo largo del día hasta el NO terminando por ser de cara hasta Yzans du Mèdoc km 1.136. Digo viento pero en realidad era un vendaval. Suerte que esa zona de las Landas tiene mucha vegetación y lo amortiguaba bastante. Se agitaban mucho más las copas de los árboles más altos que los arbustos junto a la carretera. Ese mismo viento en Castilla hubiera sido demoledor. 

Camino de Pyla, pueblo famoso por su impresionante duna, la más alta de Europa con más de 100m, el tráfico se fue haciendo cada vez más intenso. Los franceses conducen muy rápido y son muy impacientes. Te adelantan en una carretera estrecha sin arcén aunque venga otro vehículo de frente. Te pasan cerca y casi llegan a cerrarte el camino cuando terminan algún adelantamiento  muy justo. En esas circunstancias no vi un solo gendarme. Cerca de Pyla hay muchos carriles bici pero pensados más que nada para dar paseos, no para viajar, con constantes discontinuidades. Eso da pie a muchos automovilistas a acosar a los ciclistas que no los usan. Algunos me voceaban desde sus coches. A una pareja de españoles que participaban en este brevet, María Jesús y Román, de Vitoria, llegaron a pararles un coche cerrándoles el paso para que abandonarán la carretera. El único gendarme que vi fue un motorista que se me puso al lado para indicarme, no se sí como sugerencia o como orden que había a mi disposición un carril bici. Entré en el carril hasta que estuve a punto de atropellar a una mamá que corría junto a sus dos hijos en bicicletas con ruedines  y que no me vio venir plantándose en medio del camino cuando pasaba yo. Después de la experiencia británica del año pasado y de la francesa de este, la conclusión es que prefiero ser ciclista en España que en esos otros dos países. 

Llegué a Pyla sur Mer km 982 a las 12:15 del miércoles. Como no había un control oficial entré en una tienda a que me sellasen la cartilla aprovechando para comprar comida. Ensalada de pasta, pizza y pastel vasco. Cuando estaba haciendo picnic con mi compra en las afueras del pueblo se me acercó una vecina de una de las casas junto a la que estaba. Yo pensé que era para echarme la bronca por pararme allí pero no, venía a ofrecerme agua. Se llevó mi bidón y me lo trajo lleno de agua con hielo. Luego, al poco rato, apareció con un trozo de pastel que había hecho ella y que terminé comiendo en Madrid.

Poco antes del control de Adernos des Bains km 1.022 alcancé a un ciclista. Era muy mayor, como de 70 años, se me pegó a la rueda y entramos juntos a las 14:30. Mi acompañante se bajaba con dificultad de la bicicleta, tanto que las personas que estaban en el control se prestaron a ayudarle. Cuando se ponía de pie no se podía estirar del todo. Parecía mentira que hubiera sido capaz de llegar hasta allí.

Continuamos camino. Mi anciano amigo y yo con otros dos ciclistas que estaban en el control y que decían conocer el camino al siguiente punto de paso. Un par de veces les tuve que rectificar pero era buena compañía en el peor tramo de viento en cara. En Lacanau km 1.059 sellamos en el Casino y nos costó bastante encontrar "la carretera de la playa" que dice la hoja de ruta y que no es más que una pista forestal asfaltada.

Entramos los cuatro en el penúltimo control antes del de llegada Montalivet km 1.106  a las 18:40 del miércoles dónde cenamos un estupendo menú. Allí compartí mesa un rato con María Jesús y Román que salieron antes que yo. Desde allí reservé por correo electrónico hotel en Burdeos porque calculé que llegaría a dormir allí pero a una hora en la que ya habrían cerrado la recepción. Quedaron en dejarme la llave de la habitación en un cofre situado en la puerta del hotel y del que me dieron la clave de apertura. Me quedé más tranquilo, me veía durmiendo en el coche a la llegada. 

Como quería llegar cuanto antes, no me esperé y salí yo solo del control llegando al siguiente, Saint Yzan du Mèdoc km 1.136 a las 20:45. Antes de salir de nuevo aparecieron los dos franceses con los que había rodado las anteriores etapas y decido esperarles (el otro de más edad se quedo descansando un poco más en el anterior). Se acercaba la noche y pensé que sería mejor entrar en Burdeos con alguien que lo conociese. Ser francés no significa saber entrar en Burdeos. Uno de ellos iba siguiendo la hoja de ruta pero el otro no lleva ni hoja de ruta ni GPS ni nada. No obstante se empeñaba en ir delante y le teniamos que rectificar desde atrás más de una vez. Acabé siendo yo con el GPS quien les dirigía, pero aún así fue mejor la compañía.

Estabamos muy cansados y nos ibamos arrastrando, pero como el viento era favorable nos arrastramos rápido. Atravesamos la zona de cuidadísimos viñedos de Burdeos al atardecer por carreteras casi desiertas lo cual resultó ser un respiro después del estrés de la zona de Pyla. Pasamos delante de magníficos castillos/bodegas también perfectamente cuidados e iluminados. 

Por fin llegamos a Le Haillan km 1.200 a las 23:47 del miércoles, es decir casi 76 horas después de tomar la salida. Habían entrado delante de nosotros unos 25 ciclistas

Definitivamente tenía el pie fatal. Solo podía andar cojeando y conducir era un suplicio. Llegué al hotel deseando quitarme la ropa después de haberla tenido puesta durante 48 horas y recorrer con ella más de 600 km. 

La ducha es un placer difícilmente imaginable en circunstancias normales. Dormir y en una cama también.

A la mañana siguiente el pie estaba algo mejor. Resultó ser una infección de la piel, "celulitis subcutánea" que estoy tratando a la hora de escribir esto con antibióticos y antiinflamatorios. Me encontré al salir del hotel, cuando ya tenía el coche cargado, con una rueda pinchada. Tuve que vaciarlo de nuevo y cambiar la rueda. Me tocó hacer el viaje de vuelta conduciendo con la pierna envuelta en una toalla con hielo.